Deuda limitada

30 de agosto de 2011

Vuelve uno a las soleadas plazuelas de Tontolabalandia y nada ha cambiado. Mientras en los albores del nuevo curso el vulgo se empapa de furbol y salsa rosa, la tensión del todavía aletargado debate popular se la lleva una extraña remodelación en la constitución que asegure en la carta magna un techo en la deuda estatal para las administraciones venideras. El nuevo mantra que se repite por las ondas del poder es ese que dice una y otra vez: la deuda es mala, la deuda es caca, la deuda es el anticristo. Hay que evitarla a toda costa. Una medida “unánime” que viene bendecida por los dos “grandes” partidos de Tontolabalandia y que la Guardia Suiza de tertulianos patrios no dejan de vanagloriar. Al parecer todo el mundo debería estar a favor pero qué quieren que les diga. Yo no. Ni me lo creo ni estoy de acuerdo.

Les propongo seguir esta increíble historia de personajes anónimos e inventados:

Una comunidad de vecinos con una renta desahogada y una finca coqueta y buena pero nada ostentosa decide delegar la administración en un gestor. Es decir, un tipo al que le paga la comunidad para que gestione el dinero que ésta aporta. La comunidad de vecinos es acomodada y puede aguantar una cuota algo por encima de lo necesario lo que favorece una gestión sencilla y desahogada. Casi “sin querer” eso provoca que el administrador decore su oficina con pequeños caprichos sin importancia y que de la nada se saque un equipo humano para ayudarle en su tarea con varias personas que también cobran generosamente del fondo. La mitad tiene funciones inútiles pero honoríficas que dan lustre. No pasa nada. A los vecinos les da igual porque su cuota no varía. Los vecinos son nuevos ricos sin cultura y como tales no les interesa los problemas de gestión o administrativos o… los problemas en general, pero sin embargo todos quieren tener al portero y la portería exactamente por donde entran a su casa. Ante la amenaza de provocar un cambio de gestores, la complaciente administración decide entonces hacer una portería para cada entrada a la finca y contratar un portero para cada una de ellas. Esto hace aumentar el gasto en vigilancia y seguridad proporcionalmente. Como todos quieren tener además la piscina cerca de su ventana hacen 3 nuevas piscinas a pesar de que la que había originalmente estaba ya infrautilizada. Quedan, eso si, muy bonitas. Los nuevos activos en la comunidad necesitan nuevos cargos administrativos por lo que se contrata a más gente para la gestión. Como la comunidad de al lado hace fiesta de Halloween el administrador decide no sólo hacerla también sino que la suya sea la mejor de todas. Se decide contratar nuevos administradores para la fiesta. Todos son felices y la comunidad es un ejemplo para el barrio.

Pero las cuentas lógicamente no cuadran así que subrepticiamente se suben las cuotas poco a poco hasta que surge la primera voz discordante. Es entonces cuando aparece la imaginación en la gestión decidiéndose sustituir a los porteros profesionales por un aprendiz de portero no cualificado pero barato que se encargue de todas las entradas cobrando la mitad de lo que antes cobraba uno. Los vecinos se quejan entonces de las averías que surgen en sus casas y que el “inútil” del portero no sabe arreglar así que el administrador propone un “cheque ayuda” para que cada vecino reciba un dinero (del fondo, claro) y así poder arreglar individualmente sus desperfectos. Se dan casos de varios vecinos que arreglan la misma avería. Se dan casos también de vecinos que no tienen averías pero cobran el cheque igualmente. Como el balance sigue sin cuadrar se vuelve a subir la cuota pero esta vez sólo a los vecinos que antes no habían protestado y hasta que empiezan a hacerlo. En este punto siguen sin cuadrar las cuentas. Se plantea la opción de prescindir de alguno de los administradores pero existe tal confluencia de intereses y relaciones políticas entre ellos que la caída de uno supondría la caída de todos con lo que se desiste en la idea. Fuenteovejuna todos a una. Se resuelve entonces, de forma clandestina y sin contar con los vecinos, pedirle dinero de forma legal a los bancos legales con la intención de cuadrar el balance pero estos se niegan en rotundo a poner un duro en algo que no se sostiene. Es en ese momento de desesperación en el que se recurre a unos muchachos ucranianos que dicen prestar dinero sin hacer preguntas.

Con el dinero ucraniano se contrata más gente (ucranianos en este caso) para que ayuden a los administradores y a la vez se toman medidas no para mantener la finca sino para pagar la deuda. Se convierten los portales en locutorios telefónicos y por un módico precio las zonas comunes pasan a ser jardín particular de uno de los nuevos propietarios (ucraniano él). Se quita el contrato de limpieza y se da otro “cheque ayuda” (insuficiente) para que cada vecino se limpie su parte. Así se está un tiempo mal que bien hasta que llega un día en el que los ucranianos reclaman su dinero con una tasa de interés que ellos mismos se encargan de definir de acuerdo a la Agencia Ucraniana de Usura que es quien han decidido que lo marque. El administrador elimina todos los contratos que quedaban y todos los cheques ayuda para salvar los muebles. También sube la cuota ante la protesta generalizada. Cuando no puede subirla más sin jugarse su puesto pide más dinero a los ucranianos. Para pagar la nueva deuda tienen que despedir al único portero que quedaba, además de malvender la entrada principal para que se transforme en un restaurante asiático cuyo beneficio íntegro es para los que ya se imaginan. Los mismos ucranianos siguen sin tener suficiente (los intereses crecen rápido) así que compran las piscinas sin poner un duro (se paga con deuda) obligando a los vecinos a usarla regularmente y a pagar cuotas por cada uso. Los Ucranianos temen por su inversión así que obligan al administrador (y sus ayudantes) a realizar un estricto plan de austeridad con cero inversión, cero mantenimiento y venta del local común (que poco después será una ruidosa discoteca). También se deciden otras medidas austeras como la obligación a los vecinos de ceder una habitación de sus casas para ponerlas en alquiler, pagar por encender la luz del portal, pagar por usar los pasillos y pagar por el aire que respiran dentro de sus casas. Todo es poco para saldar una deuda que sin embargo no deja de crecer.

Pero los ucranianos no tienen suficiente (los intereses crecen rápido) así que exigen que todos los vecinos trabajen de forma gratuita para la empresa de los ucranianos por tiempo indefinido. En esas el administrador, de nuevo obligado por los ucranianos, convoca una junta especial en la que unilateralmente decide cambiar los estatutos de la comunidad de forma que en el futuro ningún gestor pueda endeudar a la comunidad en un determinado %. Los vecinos lo aplauden con fervor renovando su confianza en él administrador (o en uno de los que ha colaborado con él o en otro administrador del mismo pelaje pero distinta empresa). Los ucranianos se frotan las manos sabiendo primero que todo les pertenece de facto y que por ley ellos serán en el futuro los únicos ucranianos que podrán tocar las narices de forma gratuita en esa comunidad.

Fin

Si el administrador les recuerda al presidente del gobierno, los otros administradores a los políticos, los vecinos a ustedes, los ucranianos al mercado, etc. sepan que todo es fruto de su imaginación y que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.



PD. Que me perdonen los ucranianos. Necesitaba poner cara de malo al malo y son muchos años de cine americano a mis espaldas.

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